“El camino me dio lo que necesitaba, no lo que quería (en aquel momento)”.

“Era el 1 de abril de 2008. Estaba en Roncesvalles, un pequeño pueblo en la frontera franco-española, mirando la señal de tráfico que decía Santiago de Compostela 790 [km]. Mi camino de ochocientos kilómetros a pie por el norte de España estaba a punto de comenzar. Sólo tenía una pregunta concreta cuya respuesta quería encontrar: ¿Cuál es mi futuro profesional? Cuando llegué a la catedral de Santiago de Compostela, un mes más tarde, me sentí muy decepcionado. No había recibido una respuesta a mi pregunta (en realidad, sí obtuve una respuesta, pero no lo entendí hasta mucho después). Lo que sí surgieron mientras caminaba fueron más preguntas aparentemente poco claras. Ahora bien, fueron precisamente estas preguntas (y sus respuestas) las que han transformado mi vida. Estaba a punto de descubrir que el camino te daba exactamente lo que necesitas, sin que fuera necesariamente lo que creías que necesitabas.

Lo que precedió: Era el final de 2007 y mi vida personal y profesional era un desastre. Por aquel entonces, trabajaba para las Naciones Unidas de misión humanitaria en una Colombia desgarrada por la guerra. A primera vista, un trabajo maravilloso y significativo. Sin embargo, debido a la asfixiante burocracia y al ambiente de trabajo tóxico, había perdido toda mi fe en el sistema de ayuda humanitaria. En el trabajo, me había vuelto tan cínico que tenía que arrastrarme a la oficina todos los días.  En cuanto a mi vida personal, especialmente en el ámbito de las relaciones interpersonales, tampoco iba nada bien. Era una montaña rusa emocional. Me pasaba los días quejándome y caminando en la autocompasión. Por supuesto, en ese momento, estaba convencido de que no era mi culpa. La culpa era de los demás y yo era la víctima; mi jefe era un narcisista agresivo y mi novia de entonces era inestable. Quería escapar de esto. ¿Pero cómo?

Entonces recordé que tres años antes, durante un semestre en una universidad del norte de España, en Bilbao, había hecho una etapa del camino. En aquel momento, pensé que algún día haría el camino completo. Esta crisis personal parecía el momento perfecto para llevar a cabo mi plan. A principios de abril de 2008, inicié el Camino Francés en la frontera entre Francia y España. Como decía, mi gran cuestionamiento era sobre mi futuro profesional. Había aparcado mis problemas sentimentales durante un tiempo, distanciándome literalmente de mi amante de entonces. Al menos, eso es lo que pensaba. Fueron precisamente algunas de estas cuestiones tan dolorosas las que siguieron persiguiéndome durante todo el camino. Más tarde descubrí por qué. 

En el camino conocí a gente estupenda e intercambié muchas historias. El viaje fue difícil, pero hermoso. Empecé a principios de abril y la primavera acababa de empezar. Fue precioso. También fue muy simbólico, pasar del sombrío invierno a un nuevo despertar. Pero por mucho que caminara, la respuesta que necesitaba, no llegaba. Lo que sí llegaba eran los recuerdos de mis últimas relaciones: el drama, la atracción y el rechazo, la pasión y los celos. Lo único que quería era salir de esa dinámica, porque me hacía sentir miserable, y fracasé. Me di cuenta de que era adicto a las emociones intensas, pero también tenía miedo de estar solo. Me sentía perdido.

Un mes después, llegué a la catedral de Santiago de Compostela sin respuesta. Mientras mis compañeras de peregrinación (cuatro señoras portuguesas con las que había caminado los últimos días del viaje) estaban extasiadas, yo estaba más bien decepcionado. Aquí, podía haber terminado la historia; lo que no sabía era que el camino empezaba de verdad cuando se volvía a casa.

Cuando, dos años más tarde, escribí sobre mi experiencia del Camino, las respuestas a mis preguntas se desplegaron ante mis ojos. Sólo entonces comprendí por qué me perseguían los recuerdos de mis aventuras amorosas. Era porque me había quedado atrapado en un papel de víctima. Que me sintiera tan desgraciado era por culpa de la otra persona. Al menos, esa era mi convicción. Había cedido el control. Había esperado pasivamente que la situación mejorara. Por supuesto, yo mismo tenía una responsabilidad dentro de esa dinámica que se instalaba. Una vez que lo vi, me di cuenta de que estaba atrapado en la misma dinámica en el trabajo. Esta simple idea cambió mi vida. Cada vez más, fui asumiendo mi rol y las responsabilidades que conlleva en todos los aspectos de mi vida. En la actualidad, tengo una pareja maravillosa y dos hijos encantadores, y he emprendido con éxito una nueva carrera que me da satisfacción.”

Ps. Por cierto, es curioso que uno suele ser el último en darse cuenta de que te encuentras en una cárcel por tus pensamientos y creencias limitantes que tú mismo has elaborado. Le conté a un buen amigo que finalmente, había descubierto que perdía constantemente el control sobre mi propia felicidad. Me contestó secamente: “¿De verdad necesitabas caminar 800 kilómetros para eso? ¡Te lo dije hace años!”

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